miércoles, 26 de febrero de 2014

Las tablas de Arceus: C01 - Un día normal

Este es un capítulo sobre un fan fiction. Podéis leerlo completamente (con todos sus capítulos y tal y cual) haciendo click aquí.
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... y todo cambió durante el verano de 1945, en los últimos momentos agonizantes del conflicto bélico más trascendente para la historia de la humanidad. Los estudios sobre genética de un grupo de biólogos estadounidenses pagados por los servicios secretos del Pentágono que buscaba la manera de conseguir una fuente de fuerza ilimitada dio sus frutos. Su nombre clave: “Renaissance”.
Los estudios, que en un principio buscaban conseguir pokémon con poderes de legendario, pues la imposibilidad de juntarlos y hacerlos criar hacía de estos seres únicos e irrepetibles. De hecho, muchos creen que esos pokémon en realidad no existieron, y que tan sólo son parte del colectivo de fabulas y mitología mediante el cual se explicaba la creación del mundo en unos estadios más primitivos de nuestra civilización. Las primeras investigaciones fallaron estrepitosamente, hasta que un equipo de arqueólogos, en 1944, en pleno apogeo de la guerra, dieron con un hallazgo nunca antes visto. Encontraron trazas de un legendario desconocido de tipo psíquico al cual dieron el nombre en clave de “Mew”.
Mew”, debió de haber vivido hace tiempo, de hecho, en muchas religiones pre-monoteóicas se afirmaba que era el pokémon primigenio, a partir del cual todos los pokémon se formaban.
Pronto los científicos se darían cuenta que ese pokémon guardaba varias similitudes con el Ditto actual, por lo que muchos decían que el pokémon ancestral podría ser un estado anterior evolutivamente del pokémon multiforma.
Por presiones del Pentágono, y el proyecto Renaissance en marcha, y la campaña europea en un punto crucial, con las fuerzas nazis cada vez más retraídas y bajo asedio del frente comunista y de los americanos, estos demandaron la utilización de los estudios obtenidos de la investigación con “Mew” y “Ditto”, que se culminaron poco después con la creación del primer pokémon de destrucción masiva artificial, así como el primer clon de Pokémon. Su nombre en clave fue “Mewtwo”, que venía a ser una versión modificada de los restos del supuesto legendario de tipo psíquico que un año atrás los investigadores habían encontrado en las selvas amazónicas.
El 7 de Agosto, y el 9 de Agosto, los militares americanos mostraron al mundo sus progresos. Mewtwo fue liberado en Hiroshima y Nagasaki, después de varias pruebas militares secretas que más adelante mostrarían al mundo.
Se estima que 200,000 personas murieron ese año por la acción de ese pokémon.
Alguno de los supervivientes, afirman que simplemente oyeron una explosión vacua...”
Una figura sentada en un sillón aterciopelado estaba mirando la pantalla que retransmitía uno de los documentales más premiados de los últimos años.
La tenue luz era suficiente para denostar que tenía el pelo canoso, unas grandes entradas, y que su pelo en media melena estaba peinado hacía atrás.
La edad le hacía estragos, y aunque parecía en forma, con su batín rojo oscuro y la figura negra del pokémon Zorua entre sus brazos, daba una opinión equivoca de quien era.
Su nombre era Alcayuco Nacimiento, y detrás suyo, habían 17 vitrinas colocadas en forma de hemiciclo. Siete de ellas restaban vacías. Las otras guardaban tablas de roca de distintos colores que tenían grabados en antiguas lenguas muertas cuyo legado se perdió hace tiempo.
Su sillón estaba colocado en medio del hemiciclo, y la pantalla estaba sujeta al techo. No había luz en la sala, pues las luces estaban apagadas, y los ventanales tenían las persianas mecánicas bajadas.
Un pequeño ruido alertó al pokémon siniestro, que se levantó de su letargo para observar una puerta que había a la derecha de la sala.
El pomo de la puerta giró lentamente, y una figura se mostró junto a la claridad que provenía de las afueras.

Mi señor...” Dijo la voz, mientras Alcayuco giraba su cabeza hacía la claridad. “Todo está listo”

Como no podía ser de otra forma” Dijo él, mientras se levantaba del sillón.

El Zorua, sujetado por los brazos del vejestorio, se dio impulso y se colocó justo en el hombro del anciano, aunque con un gesto del viejo, indicando que pesaba, hizo que volviese a sus brazos, y luego diese un salto para colocarse a su lado, mientras andaban hacía la puerta.

Es curioso como los gobiernos acaban filtrando el contenido de sus más secretas acciones. El mundo es apasionante. ¿Tu crees que en el futuro, la gente me dedicará documentales como este?” Comentó el viejo hacía el sujeto de la puerta.

Una vez sus ojos se habían acostumbrado a él, pudo ver a un joven de no más de treinta años que cubría sus ojos con unas gafas de sol, aunque por uno de ellos se le escapaba una fea cicatriz. Vestía de etiqueta y tenía el pelo rapado. Su rostro mostraba seriedad y una pequeña mueca.

Rayzo, muchacho, no me mires así. Sé lo que esconde tu mirada. Tu y yo sabemos que no lo hacemos por la fama. La gloria. Ni por el poder. Buscamos el bien común” Comentó Alcayuco.

No he insinuado eso, mi señor” Comentó él, con un pequeño tono de ofensa en sus labios.

¿Está bien Rekcah?” Dijo el viejo suavemente mientras colocaba su mano arrugada en el rosto recién afeitado de su esbirro. Había notado el tic de su esbirro, y había cambiado de tema.

En su posición” Le dijo, mientras cerraba la puerta. “¿Quiere ir a su habitación a ponerse el uniforme?”

No hará falta, mi muchacho. No necesito estar imponente. Estoy rodeado de vosotros. Sois mis hijos. Entre padre e hijo no hay secretos” Dijo él mientras su caminata a través del puente de cristal en el cual estaban situados dejaba ver una sala de operaciones más grande situada justo debajo de sus pies.

Todos ellos caras anónimas, pero con un mismo patrón. Alcacuyo. Su padre. Todos trabajaban vestidos de negro, picando código en ordenadores, hablando entre ellos, o comunicándose con el exterior.

¿Qué le parece a Saxoe volver a la ciudad que le vio nacer?” Le preguntó.

No lo sé. Nunca habla con nadie.” Dijo Rayzo, mientras Alcayuco esbozaba una sonrisa.

Los callados siempre eran los mejores.

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El ajetreo matutino siempre le daba sueño. Y más si no había dormido mucho la noche anterior. Faltaba poco para el torneo, y se había pasado hasta bien entrada la noche con los preparativos para el mismo.
Su equipo estaba en perfectas condiciones para darlo todo, pero su nuevo compañero, el que iba a reforzar su equipo, aún necesitaba unas sesiones de entrenamiento más.
Rub Menteblanca era un chico que acababa de conseguir su licencia de entrenador pokémon. Eso le daba acceso a unos beneficios, entre los cuales estaba el de la posesión de pokémon en ambientes urbanos, siempre y cuando estuviesen registrados y con todos los papeles en regla.
Los combates entre Pokémon eran el entretenimiento más popular de la sociedad, por lo que, si tenías un buen patrocinador, te podías ganar la vida con ello (aparte del dinero que recibías por ganar un trofeo). Eso hacía que fuese un mundo altamente competitivo, y por supuesto, que moviese muchísimo dinero.
Muchos entrenadores se habían convertido en estrellas, y muchos de ellos tenían la vida solucionada después de su paso por la Liga Pokémon.
Este fin de semana iban a ser los primer clasificatorios para el regional catalán, y Rub quería tener a punto su nueva estrategia para el sábado.
Su aspecto era despreocupado, con una pequeña tendencia por esa corriente de pantalones tejanos anchos, camisetas anchas con motivos humorísticos y una gorra de ancha visera.
Su rostro estaba plagado aún por acné, aunque este ya estaba amainando, le había traído un montón de problemas en lo que se refería a su psique adolescente. Miedos y preocupaciones por no encajar en un lugar donde esos granos era una molestia estética. Y por supuesto, no habría manera de encontrar una muchacha de esa forma.
A esas horas de la mañana el metro iba bastante lleno. Siempre que entraba en el metro pensaba en que tenía que sacarse el carné para poder transportarse a lomos de su pokémon, aunque las licencias y la burocracia para conseguirlo eran largas y podía esperarse sentado a que lo consiguiese.
Aunque eso, realmente, era lo de menos. Cuando en verano subía al pueblo, allá en los Pirineos aragoneses, descubría que allí todo el mundo montaba sin problemas a sus pokémon, por lo que pensó que eso era una consecuencia de vivir en la ciudad. Y más en una ciudad tan gigantesca como era la de Barcelona.
El día se presentaba bien. O eso pensaba, pues un sentimiento de preocupación llegó a él cuando observo al misterioso hombre que estaba de pie justo al lado de la puerta izquierda del vagón que había justo delante suyo, después de un grupo de cuatro asientos ocupado por unas universitarias que iban discutiendo lo bien que se lo iban a pasar ese fin de semana.
El hombre que superaría la treintena, más o menos, parecía que le estaba mirando. Y sus pintas no eran las más adecuadas para alguien que quiere pasar desapercibido. Vestía con un sombrero de ala ancha negro tirado hacía delante y una gabardina negra ancha que le tapaba todo el torso, y escondía lo que quisiera que escondiese debajo de ese harapo (pues era viejo y parecía desgastado).
Lo raro es que no hubiesen avisado a seguridad. De hecho, él estaba pensando ya en hacerlo, pero decidió parar en el momento en que el hombre se acercó hacía él, lo cual en parte le alarmó más, aunque tenía la tranquilidad de que si le quería amenazar o robar, siempre podía contar con su compañero, que descansaba en su mano dentro de una Acopio Ball.
El asiento de delante suyo estaba vacío, por lo que el hombre se sentó allí, mientras se levantaba levemente el sombrero.
Su rostro parecía apagado, y tenía barba de unas semanas. Le miraba con atención, mientras se tiraba hacía atrás con suavidad la cola de pelo que le llevaba hasta la mitad de la gabardina. Al sacar sus manos de la gabardina, se dio cuenta de que llevaba guantes de cuero, también negros.

¿Es usted Menteblanca, no es así?” Comentó el hombre, esbozándole una falsa sonrisa.

¿Cómo sabe mi apellido?” Le preguntó él.

¡Mierda! Exclamó para sus adentros. Su cerebro acababa de jugarle una mala pasada y lo que debería de haber hecho era decirle que no sabía quien era quien le hablaba.

Le he visto en torneos. He notado que tiene un pokémon aquí con usted, y venía a pedirle su ayuda” Le comentó el hombre.

¿Mi ayuda? ¿Usted quien es? No lo he visto nunca.” Le dijo Rub.

Oh... es normal que no sepa quien soy. No se lo he dicho aún. Y supongo que aún no es el momento de hacerlo. Aunque yo creo que lo que le voy a decir le va a importar más.” Comentó él totalmente tranquilo mientras sacaba de dentro de su gabardina una tablet en la cual salía lo que parecía un mapa del vagón con dos puntos, justo donde estaban situados ellos dos en ese momento.

Bien, ¿Lo ha visto? Me marca la gente que lleva pokéballs en este metro. Como puede ver, en este vagón sólo hay dos personas con pokéballs.” Comentó él, antes de que Rub le interrumpiese.

¿Cómo puede saber eso?” Le preguntó Rub, extrañado de que se pudiese saber la posición de una persona sólo por las pokéball.

Radiación. Las pokéball emiten radiación. Es por lo que es tan fácil de curarlos, y de saber cuales son sus pokémon. Es también un método para controlar la población de pokémon. Ahora mismo, el gobierno está monitorizando su trayecto. Pero, como usted tiene la licencia, en principio no le dirá nadie.” Comentó el hombre con total tranquilidad.

Realmente, hubiese preferido no saber la respuesta. De hecho, no sabía donde conducía eso, pero tenía miedo. Bastante miedo. Y de hecho, estaba planteándose salir en la siguiente estación.

¿Creo que querrá saber porque le cuento eso, no?” Dijo el hombre, mientras seguía mostrándole los puntos. Hizo un gesto con su mano en la pantalla, y esta mostró varios vagones. En cada uno de esos vagones habían cuatro puntos que parpadeaban, y uno de ellos se estaba dirigiendo hacía ese vagón.

Hay uno de los puntos que se dirige hacía aquí” Comentó Rub. Por un momento pensó que sería alguien de seguridad. Hasta que vio que el hombre sonreía y hacía una pequeña mueca extraña. Como de sorpresa, pero sin serlo. Abría los ojos de una forma extraña. Parecía demente.

Bien, pues entonces no tenemos mucho tiempo. Creo que me he excedido hablando. Hablo demasiado” Dijo él mientras se levantaba del asiento y guardaba su tablet en el bolsillo, al mismo momento en que silbaba.

La gente a su alrededor le miró de reojo, pero como era de esperar, se giraba de nuevo pensando que si no decía nada, el hombre extraño iba a abandonarles y no les iba a hacer nada.

Simplemente quería que te fueses al otro vagón y utilizases tu pokémon contra un hombre (o mujer) que va vestido de negro. Los verás porque van a poner una pokéball con temporizador para hacer saltar por los aires el metro.” El hombre le miró un instante antes de volver a bajar su sombrero. “En el momento en el que bajen, en la siguiente estación, harán eclosionar las pokéball. Y saldrán Electrode. Y ya sabes que hacen los Electrode.”

Explotar. En un vagón lleno de gente.

No te estoy pidiendo que quites los temporizadores. Eso es mi trabajo. Sólo quiero que los entretengas. O que les des caza. Que los molestes lo suficiente para que la policía los atrape. O los atrape yo.” Comentó el hombre mientras un Xatu aparecía de la nada. “Te toca ser el héroe. Y no es porque seas especial o algo, simplemente eres el único en el que puedo confiar ahora mismo. Eres el único que lleva una pokéball en este metro y no quiere hacer saltar todo por los aires”

El Xatu se colocó encima de una de las barras de hierro que había de separación entre grupos de cuatro asientos, a la vez que servía para que la gente se sujetase en el metro.
Algunos de los presentes empezaron a alarmarse al ver aparecer el pokémon de la nada.
No era un Xatu normal. Su plumaje brillaba con toques anaranjeados, con un pequeño toque dorado, lo cual significaba que se trataba de un variocolor.

Chico, hay trabajo que hacer. Acompaña a mi nuevo amigo y deshazte del temporizador. Yo me encargo del que viene a colocar el temporizador en este vagón” Susurró el hombre.


Y en ese momento, una voz sonó con fuerza en la cabeza de Rub. Era una voz que parecía humana, pero sin serlo. Simplemente le decía una cosa: VAMOS.

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