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“... y todo cambió durante el verano de 1945, en los últimos momentos agonizantes del conflicto bélico más trascendente para la historia de la humanidad. Los estudios sobre genética de un grupo de biólogos estadounidenses pagados por los servicios secretos del Pentágono que buscaba la manera de conseguir una fuente de fuerza ilimitada dio sus frutos. Su nombre clave: “Renaissance”.
Los
estudios, que en un principio buscaban conseguir pokémon con poderes
de legendario, pues la imposibilidad de juntarlos y hacerlos criar hacía de estos
seres únicos e irrepetibles. De hecho, muchos creen que esos pokémon
en realidad no existieron, y que tan sólo son parte del colectivo de
fabulas y mitología mediante el cual se explicaba la creación del
mundo en unos estadios más primitivos de nuestra civilización. Las
primeras investigaciones fallaron estrepitosamente, hasta que un
equipo de arqueólogos, en 1944, en pleno apogeo de la guerra, dieron
con un hallazgo nunca antes visto. Encontraron trazas de un
legendario desconocido de tipo psíquico al cual dieron el nombre en
clave de “Mew”.
“Mew”,
debió de haber vivido hace tiempo, de hecho, en muchas religiones
pre-monoteóicas se afirmaba que era el pokémon primigenio, a partir
del cual todos los pokémon se formaban.
Pronto
los científicos se darían cuenta que ese pokémon guardaba varias
similitudes con el Ditto actual, por lo que muchos decían que el
pokémon ancestral podría ser un estado anterior evolutivamente del
pokémon multiforma.
Por
presiones del Pentágono, y el proyecto Renaissance en marcha, y la
campaña europea en un punto crucial, con las fuerzas nazis cada vez
más retraídas y bajo asedio del frente comunista y de los
americanos, estos demandaron la utilización de los estudios
obtenidos de la investigación con “Mew” y “Ditto”, que se
culminaron poco después con la creación del primer pokémon de
destrucción masiva artificial, así como el primer clon de Pokémon.
Su nombre en clave fue “Mewtwo”, que venía a ser una versión
modificada de los restos del supuesto legendario de tipo psíquico
que un año atrás los investigadores habían encontrado en las
selvas amazónicas.
El
7 de Agosto, y el 9 de Agosto, los militares americanos mostraron al
mundo sus progresos. Mewtwo fue liberado en Hiroshima y Nagasaki,
después de varias pruebas militares secretas que más adelante
mostrarían al mundo.
Se
estima que 200,000 personas murieron ese año por la acción de ese
pokémon.
Alguno
de los supervivientes, afirman que simplemente oyeron una explosión
vacua...”
Una
figura sentada en un sillón aterciopelado estaba mirando la pantalla
que retransmitía uno de los documentales más premiados de los
últimos años.
La
tenue luz era suficiente para denostar que tenía el pelo canoso,
unas grandes entradas, y que su pelo en media melena estaba peinado
hacía atrás.
La
edad le hacía estragos, y aunque parecía en forma, con su batín
rojo oscuro y la figura negra del pokémon Zorua entre sus brazos,
daba una opinión equivoca de quien era.
Su
nombre era Alcayuco Nacimiento, y detrás suyo, habían 17 vitrinas
colocadas en forma de hemiciclo. Siete de ellas restaban vacías. Las
otras guardaban tablas de roca de distintos colores que tenían
grabados en antiguas lenguas muertas cuyo legado se perdió hace
tiempo.
Su
sillón estaba colocado en medio del hemiciclo, y la pantalla estaba
sujeta al techo. No había luz en la sala, pues las luces estaban
apagadas, y los ventanales tenían las persianas mecánicas bajadas.
Un
pequeño ruido alertó al pokémon siniestro, que se levantó de su
letargo para observar una puerta que había a la derecha de la sala.
El
pomo de la puerta giró lentamente, y una figura se mostró junto a
la claridad que provenía de las afueras.
“Mi
señor...” Dijo la voz, mientras Alcayuco giraba su cabeza hacía
la claridad. “Todo está listo”
“Como
no podía ser de otra forma” Dijo él, mientras se levantaba del
sillón.
El
Zorua, sujetado por los brazos del vejestorio, se dio impulso y se
colocó justo en el hombro del anciano, aunque con un gesto del
viejo, indicando que pesaba, hizo que volviese a sus brazos, y luego
diese un salto para colocarse a su lado, mientras andaban hacía la
puerta.
“Es
curioso como los gobiernos acaban filtrando el contenido de sus más
secretas acciones. El mundo es apasionante. ¿Tu crees que en el
futuro, la gente me dedicará documentales como este?” Comentó el
viejo hacía el sujeto de la puerta.
Una
vez sus ojos se habían acostumbrado a él, pudo ver a un joven de no
más de treinta años que cubría sus ojos con unas gafas de sol,
aunque por uno de ellos se le escapaba una fea cicatriz. Vestía de
etiqueta y tenía el pelo rapado. Su rostro mostraba seriedad y una
pequeña mueca.
“Rayzo,
muchacho, no me mires así. Sé lo que esconde tu mirada. Tu y yo
sabemos que no lo hacemos por la fama. La gloria. Ni por el poder.
Buscamos el bien común” Comentó Alcayuco.
“No
he insinuado eso, mi señor” Comentó él, con un pequeño tono de
ofensa en sus labios.
“¿Está
bien Rekcah?” Dijo el viejo suavemente mientras colocaba su mano
arrugada en el rosto recién afeitado de su esbirro. Había notado el
tic de su esbirro, y había cambiado de tema.
“En
su posición” Le dijo, mientras cerraba la puerta. “¿Quiere ir a
su habitación a ponerse el uniforme?”
“No
hará falta, mi muchacho. No necesito estar imponente. Estoy rodeado
de vosotros. Sois mis hijos. Entre padre e hijo no hay secretos”
Dijo él mientras su caminata a través del puente de cristal en el
cual estaban situados dejaba ver una sala de operaciones más grande
situada justo debajo de sus pies.
Todos
ellos caras anónimas, pero con un mismo patrón. Alcacuyo. Su padre.
Todos trabajaban vestidos de negro, picando código en ordenadores,
hablando entre ellos, o comunicándose con el exterior.
“¿Qué
le parece a Saxoe volver a la ciudad que le vio nacer?” Le
preguntó.
“No
lo sé. Nunca habla con nadie.” Dijo Rayzo, mientras Alcayuco
esbozaba una sonrisa.
Los
callados siempre eran los mejores.
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El
ajetreo matutino siempre le daba sueño. Y más si no había dormido
mucho la noche anterior. Faltaba poco para el torneo, y se había
pasado hasta bien entrada la noche con los preparativos para el
mismo.
Su
equipo estaba en perfectas condiciones para darlo todo, pero su nuevo
compañero, el que iba a reforzar su equipo, aún necesitaba unas
sesiones de entrenamiento más.
Rub
Menteblanca era un chico que acababa de conseguir su licencia de
entrenador pokémon. Eso le daba acceso a unos beneficios, entre los
cuales estaba el de la posesión de pokémon en ambientes urbanos,
siempre y cuando estuviesen registrados y con todos los papeles en
regla.
Los
combates entre Pokémon eran el entretenimiento más popular de la
sociedad, por lo que, si tenías un buen patrocinador, te podías
ganar la vida con ello (aparte del dinero que recibías por ganar un
trofeo). Eso hacía que fuese un mundo altamente competitivo, y por
supuesto, que moviese muchísimo dinero.
Muchos
entrenadores se habían convertido en estrellas, y muchos de ellos
tenían la vida solucionada después de su paso por la Liga Pokémon.
Este
fin de semana iban a ser los primer clasificatorios para el regional
catalán, y Rub quería tener a punto su nueva estrategia para el
sábado.
Su
aspecto era despreocupado, con una pequeña tendencia por esa
corriente de pantalones tejanos anchos, camisetas anchas con motivos
humorísticos y una gorra de ancha visera.
Su
rostro estaba plagado aún por acné, aunque este ya estaba
amainando, le había traído un montón de problemas en lo que se
refería a su psique adolescente. Miedos y preocupaciones por no
encajar en un lugar donde esos granos era una molestia estética. Y
por supuesto, no habría manera de encontrar una muchacha de esa
forma.
A
esas horas de la mañana el metro iba bastante lleno. Siempre que
entraba en el metro pensaba en que tenía que sacarse el carné para
poder transportarse a lomos de su pokémon, aunque las licencias y la
burocracia para conseguirlo eran largas y podía esperarse sentado a
que lo consiguiese.
Aunque
eso, realmente, era lo de menos. Cuando en verano subía al pueblo,
allá en los Pirineos aragoneses, descubría que allí todo el mundo
montaba sin problemas a sus pokémon, por lo que pensó que eso era
una consecuencia de vivir en la ciudad. Y más en una ciudad tan
gigantesca como era la de Barcelona.
El
día se presentaba bien. O eso pensaba, pues un sentimiento de
preocupación llegó a él cuando observo al misterioso hombre que
estaba de pie justo al lado de la puerta izquierda del vagón que
había justo delante suyo, después de un grupo de cuatro asientos
ocupado por unas universitarias que iban discutiendo lo bien que se
lo iban a pasar ese fin de semana.
El
hombre que superaría la treintena, más o menos, parecía que le
estaba mirando. Y sus pintas no eran las más adecuadas para alguien
que quiere pasar desapercibido. Vestía con un sombrero de ala ancha
negro tirado hacía delante y una gabardina negra ancha que le tapaba
todo el torso, y escondía lo que quisiera que escondiese debajo de
ese harapo (pues era viejo y parecía desgastado).
Lo
raro es que no hubiesen avisado a seguridad. De hecho, él estaba
pensando ya en hacerlo, pero decidió parar en el momento en que el
hombre se acercó hacía él, lo cual en parte le alarmó más,
aunque tenía la tranquilidad de que si le quería amenazar o robar,
siempre podía contar con su compañero, que descansaba en su mano
dentro de una Acopio Ball.
El
asiento de delante suyo estaba vacío, por lo que el hombre se sentó
allí, mientras se levantaba levemente el sombrero.
Su
rostro parecía apagado, y tenía barba de unas semanas. Le miraba
con atención, mientras se tiraba hacía atrás con suavidad la cola
de pelo que le llevaba hasta la mitad de la gabardina. Al sacar sus
manos de la gabardina, se dio cuenta de que llevaba guantes de cuero,
también negros.
“¿Es
usted Menteblanca, no es así?” Comentó el hombre, esbozándole
una falsa sonrisa.
“¿Cómo
sabe mi apellido?” Le preguntó él.
¡Mierda!
Exclamó para sus adentros. Su cerebro acababa de jugarle una mala
pasada y lo que debería de haber hecho era decirle que no sabía
quien era quien le hablaba.
“Le
he visto en torneos. He notado que tiene un pokémon aquí con usted,
y venía a pedirle su ayuda” Le comentó el hombre.
“¿Mi
ayuda? ¿Usted quien es? No lo he visto nunca.” Le dijo Rub.
“Oh...
es normal que no sepa quien soy. No se lo he dicho aún. Y supongo
que aún no es el momento de hacerlo. Aunque yo creo que lo que le
voy a decir le va a importar más.” Comentó él totalmente
tranquilo mientras sacaba de dentro de su gabardina una tablet en la
cual salía lo que parecía un mapa del vagón con dos puntos, justo
donde estaban situados ellos dos en ese momento.
“Bien,
¿Lo ha visto? Me marca la gente que lleva pokéballs en este metro.
Como puede ver, en este vagón sólo hay dos personas con pokéballs.”
Comentó él, antes de que Rub le interrumpiese.
“¿Cómo
puede saber eso?” Le preguntó Rub, extrañado de que se pudiese
saber la posición de una persona sólo por las pokéball.
“Radiación.
Las pokéball emiten radiación. Es por lo que es tan fácil de
curarlos, y de saber cuales son sus pokémon. Es también un método
para controlar la población de pokémon. Ahora mismo, el gobierno
está monitorizando su trayecto. Pero, como usted tiene la licencia,
en principio no le dirá nadie.” Comentó el hombre con total
tranquilidad.
Realmente,
hubiese preferido no saber la respuesta. De hecho, no sabía donde
conducía eso, pero tenía miedo. Bastante miedo. Y de hecho, estaba
planteándose salir en la siguiente estación.
“¿Creo
que querrá saber porque le cuento eso, no?” Dijo el hombre,
mientras seguía mostrándole los puntos. Hizo un gesto con su mano
en la pantalla, y esta mostró varios vagones. En cada uno de esos
vagones habían cuatro puntos que parpadeaban, y uno de ellos se
estaba dirigiendo hacía ese vagón.
“Hay
uno de los puntos que se dirige hacía aquí” Comentó Rub. Por un
momento pensó que sería alguien de seguridad. Hasta que vio que el
hombre sonreía y hacía una pequeña mueca extraña. Como de
sorpresa, pero sin serlo. Abría los ojos de una forma extraña.
Parecía demente.
“Bien,
pues entonces no tenemos mucho tiempo. Creo que me he excedido
hablando. Hablo demasiado” Dijo él mientras se levantaba del
asiento y guardaba su tablet en el bolsillo, al mismo momento en que
silbaba.
La
gente a su alrededor le miró de reojo, pero como era de esperar, se
giraba de nuevo pensando que si no decía nada, el hombre extraño
iba a abandonarles y no les iba a hacer nada.
“Simplemente
quería que te fueses al otro vagón y utilizases tu pokémon contra
un hombre (o mujer) que va vestido de negro. Los verás porque van a
poner una pokéball con temporizador para hacer saltar por los aires
el metro.” El hombre le miró un instante antes de volver a bajar
su sombrero. “En el momento en el que bajen, en la siguiente
estación, harán eclosionar las pokéball. Y saldrán Electrode. Y
ya sabes que hacen los Electrode.”
Explotar.
En un vagón lleno de gente.
“No
te estoy pidiendo que quites los temporizadores. Eso es mi trabajo.
Sólo quiero que los entretengas. O que les des caza. Que los
molestes lo suficiente para que la policía los atrape. O los atrape
yo.” Comentó el hombre mientras un Xatu aparecía de la nada. “Te
toca ser el héroe. Y no es porque seas especial o algo, simplemente
eres el único en el que puedo confiar ahora mismo. Eres el único
que lleva una pokéball en este metro y no quiere hacer saltar todo
por los aires”
El
Xatu se colocó encima de una de las barras de hierro que había de
separación entre grupos de cuatro asientos, a la vez que servía
para que la gente se sujetase en el metro.
Algunos
de los presentes empezaron a alarmarse al ver aparecer el pokémon de
la nada.
No
era un Xatu normal. Su plumaje brillaba con toques anaranjeados, con
un pequeño toque dorado, lo cual significaba que se trataba de un
variocolor.
“Chico,
hay trabajo que hacer. Acompaña a mi nuevo amigo y deshazte del
temporizador. Yo me encargo del que viene a colocar el temporizador
en este vagón” Susurró el hombre.
Y
en ese momento, una voz sonó con fuerza en la cabeza de Rub. Era una
voz que parecía humana, pero sin serlo. Simplemente le decía una
cosa: VAMOS.
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